sábado, 28 de abril de 2007

Botellón Metropolità de Barcelona

La noticia de la apertura del metro durante toda la noche en Barcelona causó furor entre los ciudadanos. La alternativa que ofrece el Ayuntamiento de Jordi Hereu permite a muchos usuarios dejar el coche y no arriesgarse, en el caso de tomar un “güiskito” de más. Pero la realidad es muy triste. Los jóvenes, y no tan jóvenes, aprovechan los vagones a modo de plazas improvisadas donde llevar a cabo sus botellones. Las amenazantes señales que alertan de las sanciones en caso de fumar dentro de los vehículos no hacen más que animar a cometer el delito. Sino, no se entiende. Un viernes, a la 1 de la noche, en un vagón de la línea amarilla, en dirección La Pau, se convierte en un espectáculo digno del Ballet Ruso, donde decenas de cuerpos se contonean bobaliconamente al vaivén del metro. Miradas perdidas son testigos de ires y venires frenéticos que acaban con “otra botella de ron”, según rezaba la canción de John Long Silver. Si se ampliase a la par las medidas de seguridad, los vagones no amanecerían como víctimas de una batalla campal y los gastos de limpieza de las estaciones serían menores.

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